domingo, 23 de septiembre de 2007

Kid Tunero. Una cronica de Elio Menendez

En su época de boxeador, Kid Tunero era prácticamente invencible.
De Kid Tunero sabía por lo mucho que de adolescente leí sobre su grandeza pugilística y en dos ocasiones que lo vi pelear en el Palacio de Deportes y Convenciones, en Paseo y Mar, a mediados de los años 40. Pero lo que se dice conocerlo, no lo conocí hasta Septiembre de 1991, cuando lo traté personalmente en Barcelona, donde Evelio Mustelier refugió su vejez.
Fue en ocasión de un viaje a la Ciudad Condal en compañía de Teófilo Stevenson que tuve oportunidad de compartir por algo más de dos horas con el legendario boxeador, que sin haber sido campeón del mundo venció a cuatro que sí lo fueron: Marcel Hill, Antón Christofidis, Ken Overlin, -dos veces a cada uno- y Edzar Charles.
Después del almuerzo durante el cual Stevenson y Tunero se prodigaron atenciones y recíproca admiración, siguió la conferencia que Teófilo ofreció a varios cientos de voluntarios comprometidos con las obras de la Olimpiada, momento que aproveché para "secuestrar" al Caballero del Ring, como llamaron a Tunero.
Me contó cómo en Banes, donde su familia fue a vivir cuando él apenas había cumplido un año, se le metió el boxeo en la sangre al ver sobre el techo de un comercio a dos muñecos de metal, que a semejanza de Jack Johnson y Jess Willard, impulsados por el viento, imitaban un combate. Tenía por entonces ocho o nueve años de edad.
No había efectuado una docena de peleas en Cuba, todas semiprofesionales, cuando empacó sus escasas pertenencias y en 1929 partió a la conquista de Europa. En el Viejo Mundo se hizo de un nombre y resultó auténtico ídolo por sus combates contra el adversario que llevaba enfrente y el reumatismo que no cesó de hostigarle.
UN LARGO CALVARIO
La invasión alemana a Francia durante la II Guerra Mundial lo sorprendió peleando en Sudamérica, lejos de la esposa y dos hijos franceses que dejó en la Costa Azul de la Riviera. Comenzó entonces para Tunero un angustioso calvario de seis años de separación, sin siquiera noticias de la familia que dejó en la Europa devastada.
Fue por entonces que debutó como profesional en una Cuba que no lo conocía en rol de estelarista, saltó a giras por Estados Unidos y otros países, y en 1946, derrotadas las hordas fascistas, se reencontró con los suyos en Paris.
A pocos costó tanto trabajo abrirse paso hacia la popularidad. Afuera, Tunero combatía frente a vacas sagradas locales y cuando volvió a su Patria era virtualmente un desconocido. Su estilo depurado y su escuela clásica europea no le facilitaron de un tirón el favor de las graderías en su país. Tuvo que vencer a los mejores púgiles cubanos y extranjeros, para que tanto el público como la cátedra especializada le dieran el visto bueno.
Una pelea que Tunero jamás olvidó fue la efectuada en Paseo y Mar frente al peso mediano Hanking Barrows, un destacado pugilista panameño bien conocido de los cubanos por haberse presentado varias veces en La Habana. Al finalizar el combate, el cubano fue declarado vencedor con el beneplácito unánime de jueces y fanáticos, para quienes aquella había sido solo una pelea más. Pero Evelio Mustelier no pensaba lo mismo. En los días que siguieron al combate, me contó en las gradas del estado olímpico catalán, padeció fuertes dolores de cabeza, mareos y una sensación rara que nunca antes había experimentado. No lo consultó con nadie pero intuyó que había llegado la hora. Si, porque Tunero los conocía bien. Hombres ebrios de golpes, que perdidos en el tiempo, deambulan por calles y gimnasios, balbuceantes al hablar, con la ingenua sonrisa de un niño y el vacilante andar de un viejo. No, él no iba a ser uno de tantos.
AL TRIUNFO DE LA REVOLUCION
Al triunfo de la Revolución, Kid Tunero trabajó como técnico por corto tiempo en varios gimnasios municipales, además como preparador con la cuadra profesional de Yamil Chade, en la que figuraban entre otros un decadente Kid Gavilán, Robinson García y Sarvelio Fuentes, hoy técnico principal del equipo nacional de boxeo cubano.
Kid Tunero regresó a Europa y tras la erradicación del deporte rentado en Cuba, pasó un cable a Sarvelio Fuentes en el cual le ofrecía el contrato para una pelea en Paris contra el campeón francés Loyand Lebecquer, oferta que Sarvelio rehusó para quedarse trabajando en su país. Al llegar el baracoense José Legrá a España, Kid Tunero se convirtió en su mentor y de la mano conquistaron el campeonato mundial de los pesos plumas.
Cuando en medio de la charla le pregunté al viejo gladiador si le gustaría volver a Cuba, asintió con la cabeza para de inmediato confesar que prefería morir en Barcelona, donde hacía poco había enterrado a su esposa. Me dijo de su soledad pese a que Legrá le hacía frecuentes visitas y que le satisfacía salir temprano a caminar bajo el sol matinal, pues el frío de la tarde le causaba daño.
Al separarnos, el Caballero del Ring me estrechó con fuerza la mano en señal de despedida. Pocos días después un cable de una agencia noticiosa daba a conocer al mundo que los funerales de Evelio Mustelier, fallecido a los 82 años de edad, serían sufragados por el gobierno autónomo de Cataluña.

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