sábado, 29 de septiembre de 2007

"Dar y que no me de" - Balado


“Dar y que no me den”
Por: JORGE ALFONSO

La sencilla frase insertada a modo de sumario fue la respuesta del monarca olímpico al reportero, tras interrogarlo acerca de cuál era el secreto para llegar a mantenerse en el más elevado nivel de estelaridad, a pesar de las ostensibles desventajas en estatura y peso corporal ante la mayoría de los adversarios en la división supercompleta.
Para corroborar la certeza de su afirmación basta remitirse a los datos de dos peleadores derrotados por él durante los Jugaos de Barcelona (1992), el estadounidense Larry Donald (1,88 metros de estatura y 104 kilogramos de peso) y el nigeriano Robert Igbineghu (1,86 y 103), mientras el cubano se presentó con (1,80 y 94). En los respectivos pleitos contra ellos los jueces marcaron en las computadoras 12 golpes de coincidencia a favor de Balado y sólo cuatro a Donald; algo muy similar ocurrió en la discusión de la medalla de oro al imponerse 13-2 frente a Igbineghu.
A no dudarlo, la principal virtud exhibida en los cuadriláteros por el campeón ( Jovellanos, febrero 15 de 1969 – julio 2 de 1994) consistió en conjugar la habilidad de desmarcarse con fintas y preciso golpeo en la media distancia. Sin embargo, tal vez el lector se asombre de que su entrada al pugilismo resultó pura casualidad...
“Aunque yo nací en Jovellanos, antes de cumplir un año de edad mi familia vino a vivir en La Habana Vieja y poco tiempo después la familia se mudó al barrio El Palenque, a un costado del Puente de La Lisa. Cerca de mi casa estaba el gimnasio de Rolando Rey y a veces me paraba a ver a los muchachos boxeando y, que va, de ninguna manera me decidía a entrar. Aquello de coger golpes así porque sí no iba conmigo”.
Alguien de los presentes en la conversación comentó en tono jocoso que en El Palenque todos los jóvenes sabían boxear y que Balado era un gordito a quien le quitaban la merienda. La cara de mi interlocutor se transformó entonces en un verdadero poema y hasta hizo “pucheros” con la boca por el disgusto que le causó la intencionada observación. Antes de responder, miró al entrenador Raúl Fernández –el hombre de la broma- y de sus ojos parecieron salir dos contundentes ganchos al mentón.
“Yo nunca fui guapo ni me gustaba fajarme, pero le aseguro que tampoco podían quitarme la merienda en la escuela. Un día, no recuerdo cuál, le dije a Rolando Rey que me pusiera los guantes. Eso fue en 1983 y todavía no había cumplido los 14 años de edad y pesaba poco más de 70 kilogramos. Después de escuchar mi deseo me dijo: “Coño gordo, por fin te decidiste...”.
Ahora es Raúl Fernández el que toma la palabra y nos relata cómo el ya decidido Roberto Balado llegó a la academia provincial en el Cacahual e inició la indetenible carrera hasta la empinada cumbre del pugilismo aficionado mundial
“Roberto llevaba dos o tres semanas en el gimnasio de La Lisa y allí lo vio el comisionado Manuel Echazábal. Como era bastante corpulento y necesitábamos un futuro peso completo lo matriculamos de inmediato. Le hablo con toda honestidad, yo no le vi de momento ninguna posibilidad, pues su estatura era más bien baja y el aumento de peso podía limitar el crecimiento. Durante un año completo, sin ponerle guantes, trabajé en el fortalecimiento de las piernas y el tren superior, buscando sobre todo velocidad en la esquiva y en los brazos”.
La llegada de Balado al mundo de las cuerdas coincidió con un instante definitorio en la máxima división del boxeo cubano. En 1984, Teófilo Stevenson, aunque conservaba buena forma física e incluso aspiraba a una cuarta medalla de oro olímpica, ya necesitaba del relevo capaz de continuar la senda victoriosa iniciada en Munich. De la provincia guantanamera se tenían alentadoras noticias del juvenil Félix Savón y en los predios camagüeyanos el entusiasta Eugenio “Titi” Basulto hablaba maravillas del prospecto Leonardo Martínez Fizz.
El traslado de Raúl Fernández hacia el centro de entrenamiento Orbeín Quesada, cuartel general de la preselección nacional, jugó un papel decisivo en la formación y posterior consagración de Roberto Balado. A propósito del indiscutible ascenso a los planos estelares apunta Alcides Sagarra: “Raúl habló conmigo y sin ningún tipo de compromiso acepté que lo preparara en la “finca”. Comenzó a evidenciar progresos y muy pronto lo suyo fue algo más que el simple aprendizaje. Desde el primer momento estuvo dispuesto a ayudar en los “sparrings” y no le importaba el nombre del contrario que tuviera enfrente”.
Algunos especialistas del patio cuestionaron la decisión de incluir a Balado como el representante cubano en la división supercompleta del certamen mundialista de Moscú (1989). La realidad competitiva desbarató las dudas. El debutante regresó con el título y mantuvo la continuidad. En años sucesivos (1989-1994), hasta el trágico accidente automovilístico, llovieron los éxitos
A base de puñetazos limpios convenció a los más escépticos y en total cosechó 122 victorias. Después de su marcha sin revancha, el nombre de Roberto Balado está presente en cada día de esfuerzo diario por parte de entrenadores y boxeadores, ya que supo ganarse ese puesto entre los grandes de todos los tiempos en el pugilismo cubano.

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